sábado, 5 de diciembre de 2009

Cuento 2 - Lo que más desea

Cuando aquel domingo descubrí a Miguel paseando por la Plaza Mayor de la mano de esa chica, creí morir. Pero aún me faltaba la puntilla.

No tardó mucho en reconocer su infidelidad de meses, y estaba claro que había tomado una decisión respecto a mi. Yo no le agobié a preguntas, dejé que me lo contara, y precisamente porque me lo confesó, supe que nuestra relación había terminado.

Ahora, soy incapaz de recordar detalles tan fundamentales cómo el día que le conocí y sin embargo, reconocería la cara de esa mujer entre cien mil rostros femeninos. Aún conservo intacta su ropa, aquel abrigo sobre el que Miguel pasaba su brazo izquierdo, las gafas de sol grandes, sus pendientes, y hasta el color de su lápiz de labios. Aquella fisonomía quedó grabada en mi cabeza como la información de más alto secreto almacenada.

He creído verla en multitud de ocasiones, sobre todo al principio de terminar con Miguel. Era la cajera del supermercado, la controladora de la ORA y parecía como si todas las mujeres de esta ciudad, se hubieran puesto de acuerdo para seguir sus tendencias. Una moda, que yo adivinaba con tan sólo haberla visto una vez.

Hoy me he encontrado con ella de nuevo. Han pasado tres años desde aquel domingo de paseo, pero esta vez sí era ella. Podría sonar injusto pero ha envejecido mucho, demasiado en tan corto espacio de tiempo ... y a una edad más temprana que la mía.

Iba en el metro. Me dirigía a casa de unos amigos que nos obsequiaban con una cena a cambio de soportar sus aventuras en un safari africano. Y entonces se han abierto las puertas, y aquel abrigo de cuero verde, inconfundible por sus remates en los puños y por el dibujo del cuello, ha entrado en el vagón como si nada me uniera a su dueña.

Me hubiera gustado pedirle la factura del daño que me hizo, contarle lo mucho que odio el verde, pese a que siempre fue mi color favorito. Me hubiera encantado fastidiarle las virtudes de Miguel y potenciar sus defectos, hacer el amor con Miguel delante de ella y de todos los pasajeros ...

OFF Próxima estación

Imaginaba la escena cuando adiviné que mi verdugo de años atrás estaba triste y profundamente sola. A punto estuve de indagar sobre la continuidad de su relación, fingir que todo había pasado y comportarme como una ex novia cómplice de la nueva situación. Pero ella empezó a llorar y me parecieron hasta injustos los adjetivos que un día le llamé.

Era un llanto sin lágrimas. Una congoja interior sólo perceptible para aquellos que la han vivido. Sentada, enfrente de ella, podía escuchar la pena en su garganta.

Por primera vez busqué sus ojos. Ella perdía su mirada en el cristal que se encontraba a mi espalda. El vacío sólo se conmovía con algún parpadeo nervioso, como queriendo evitar derramar la primera lágrima. Recomponía su postura y permanecía observando el infinito. A solas, hablando con su conciencia.

OFF Próxima estación

Yo no podía dejar de mirarla. Me preguntaba lo inevitable. ¿Qué habría encontrado en ella Miguel que yo no tenía?. ¿Serían felices?. ¿Valió la pena cambiar mi recorrido o sólo fue una aventura que no llegó a cuajar?. Me debatía entre la piedad que me provocaba su rostro, inundado de la más feroz de las penas, y esa dulce venganza que alivia la mente humana.

Ella sostenía su cuello como podía, apoyada en el respaldo del asiento, su cabeza se agitaba al son del vaivén del tren. Daba la impresión de que había dejado de vivir hacía unos minutos …

Recorro el resto de su imagen. Lleva el bolso cruzado y lo sostiene encima de sus piernas, que han dejado de entrelazarse para quedar abiertas. Viste vaqueros y unas botas de tacón con punta larga ( regalo de Miguel, pienso). No se ha quitado los guantes y sostiene con fuerza un sobre entre las manos.

Me levanto y disimulo mirando el mapa de las estaciones que ella tiene a la derecha. Un par de segundos después me repito “ Castillo Suárez” …. Los apellidos me suenan. De Miguel no, de ella puede, pero no, Castillo Suárez, me es familiar, piensa, piensa …Ella se levanta al escuchar que su parada es la siguiente. En un acto reflejo yo también me preparo para marchar.

OFF Atención próxima estación en curva, tengan cuidado al salir

Se abren las puertas y comienzo a seguirla en dirección a la salida, por suerte, la única en esta estación. Eso me permite guardar una distancia prudente pero con suficiente cercanía como para ver el membrete de un hospital público en el sobre que lleva. Ella mira el reloj. Está impaciente. Se nota que está nerviosa. Atormentada.

Nos acercamos a los tornos de salida y el corazón se me para al ver que Miguel está esperándola junto a la taquilla. Ella corre hacía él mientras que la cara del que fuera mi novio le insiste en que no tarde más. Se abrazan y al pasar a su lado, retengo el olor de la colonia de Miguel, mientras no paro de preguntarme qué está sucediendo en esa pareja que debiera haber sido yo.

Al subir las escaleras recuerdo que los apellidos corresponden al doctor Javier Castillo Suárez, ginecólogo y jefe de mi amiga Marta, quién en todas nuestras conversaciones se lleva las peores burlas.

Meto la mano en el bolso y saco el móvil. Busco el número de mi amiga, que se ha revelado como mi confidente en esta historia que ya no puedo abandonar. ¿Qué harían ustedes si tuvieran la oportunidad de saber qué le tenía el destino preparado al lado de ese hombre?.

Le explico a Marta lo ocurrido en estos últimos minutos, le cuento tantos detalles que ríe mientras se hace su propio retrato robot, y al final cae en la cuenta de qué paciente se trata. Marta deja de sonreír. Y yo enmudezco ante la revelación que me está llegando al otro lado del teléfono. Cuando cuelgo no puedo evitar una lágrima. No se si de culpabilidad o de solidaridad.

De la boca del metro sale el vaho del tormento que abajo se vive.

Comienzo a andar camino de la cena. Me quedan dos estaciones más, pero necesito respirar y a mi cabeza tampoco le vendrá mal el aire.

Ahora debe estar diciéndoselo a Miguel, que en estos momentos andará repartiendo consuelo entre su mujer y sus propios anhelos.

Espero que sepan superarlo, de verdad.

... Y que este deseo se cumpla, al igual que muchas veces supliqué “ojalá no le pueda dar a Miguel lo que más desea”.

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