
Cuando aquel domingo descubrí a Miguel paseando por la Plaza Mayor de la mano de esa chica, creí morir. Pero aún me faltaba la puntilla.
No tardó mucho en reconocer su infidelidad de meses, y estaba claro que había tomado una decisión respecto a mi. Yo no le agobié a preguntas, dejé que me lo contara, y precisamente porque me lo confesó, supe que nuestra relación había terminado.
Hoy me he encontrado con ella de nuevo. Han pasado tres años desde aquel domingo de paseo, pero esta vez sí era ella. Podría sonar injusto pero ha envejecido mucho, demasiado en tan corto espacio de tiempo ... y a una edad más temprana que la mía.
Iba en el metro. Me dirigía a casa de unos amigos que nos obsequiaban con una cena a cambio de soportar sus aventuras en un safari africano. Y entonces se han abierto las puertas, y aquel abrigo de cuero verde, inconfundible por sus remates en los puños y por el dibujo del cuello, ha entrado en el vagón como si nada me uniera a su dueña.
Me hubiera gustado pedirle la factura del daño que me hizo, contarle lo mucho que odio el verde, pese a que siempre fue mi color favorito. Me hubiera encantado fastidiarle las virtudes de Miguel y potenciar sus defectos, hacer el amor con Miguel delante de ella y de todos los pasajeros ...
OFF Próxima estación
Imaginaba la escena cuando adiviné que mi verdugo de años atrás estaba triste y profundamente sola. A punto estuve de indagar sobre la continuidad de su relación, fingir que todo había pasado y comportarme como una ex novia cómplice de la nueva situación. Pero ella empezó a llorar y me parecieron hasta injustos los adjetivos que un día le llamé.
Era un llanto sin lágrimas. Una congoja interior sólo perceptible para aquellos que la han vivido. Sentada, enfrente de ella, podía escuchar la pena en su garganta.
Yo no podía dejar de mirarla. Me preguntaba lo inevitable. ¿Qué habría encontrado en ella Miguel que yo no tenía?. ¿Serían felices?. ¿Valió la pena cambiar mi recorrido o sólo fue una aventura que no llegó a cuajar?. Me debatía entre la piedad que me provocaba su rostro, inundado de la más feroz de las penas, y esa dulce venganza que alivia la mente humana.
Ella sostenía su cuello como podía, apoyada en el respaldo del asiento, su cabeza se agitaba al son del vaivén del tren. Daba la impresión de que había dejado de vivir hacía unos minutos …
Me levanto y disimulo mirando el mapa de las estaciones que ella tiene a la derecha. Un par de segundos después me repito “ Castillo Suárez” …. Los apellidos me suenan. De Miguel no, de ella puede, pero no, Castillo Suárez, me es familiar, piensa, piensa …Ella se levanta al escuchar que su parada es la siguiente. En un acto reflejo yo también me preparo para marchar.
Nos acercamos a los tornos de salida y el corazón se me para al ver que Miguel está esperándola junto a la taquilla. Ella corre hacía él mientras que la cara del que fuera mi novio le insiste en que no tarde más. Se abrazan y al pasar a su lado, retengo el olor de la colonia de Miguel, mientras no paro de preguntarme qué está sucediendo en esa pareja que debiera haber sido yo.
De la boca del metro sale el vaho del tormento que abajo se vive.
Comienzo a andar camino de la cena. Me quedan dos estaciones más, pero necesito respirar y a mi cabeza tampoco le vendrá mal el aire.
Espero que sepan superarlo, de verdad.
... Y que este deseo se cumpla, al igual que muchas veces supliqué “ojalá no le pueda dar a Miguel lo que más desea”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario